Mesa redonda sobre el futuro geopolítico de Europa organizada por “Le Grand Continent” – Intervención del Sr. Jean-Yves Le Drian, Ministro para Europa y de Asuntos Exteriores
Para empezar, me gustaría darle las gracias, querido Sébastien Lumet, así como a Le Grand continent por invitarme a intercambiar opiniones con Luuk van Middelaar y Cornelia Woll.
Querido Luuk, sé que tiene una visión lúcida y exigente de la vida europea, y me alegro de que el Collège de France le haya elegido para inaugurar su nuevo ciclo de debates y de reflexión sobre cuestiones europeas. Ya que, a menos de un año de la próxima Presidencia francesa de la Unión Europea, me parece absolutamente esencial europeizar el debate público francés. Y usted está contribuyendo ampliamente a ello.
Permítanme precisar desde un inicio que no pretendo ser un teórico hoy, sino de manera más prosaica, dialogar con ustedes a partir de mi experiencia ministerial, que se remonta a casi diez años, y sobre la base de mi trabajo cotidiano.
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Como ustedes saben, el tema que nos reúne esta tarde, el del futuro geopolítico de Europa, ya estaba en el horizonte de mi trabajo como Ministro de Defensa. Desde 2012, debo decir que creo que hemos avanzado mucho.
En primer lugar, en el ámbito de la defensa y la seguridad, recuerdo que cuando hablaba del Sahel a mis homólogos de la época, explicándoles que esta región es, en el mapa de las amenazas, la frontera sur de Europa, a veces recibía miradas perplejas, incluso dudosas.
Pero hoy todo el mundo sabe que la lucha contra los grupos terroristas en el Sahel es una lucha esencial para la seguridad de los europeos. Y esto se traduce en términos concretos en acciones inimaginables en otra época, como reunir a todas las fuerzas especiales europeas implicadas dentro de un solo Task force.
También recuerdo, en este camino, otro hito importante –no sólo en el plano simbólico– cuando, tras los atentados en Francia del 13 de noviembre de 2015, tuve el triste honor de invocar, por primera vez en nuestra historia, el artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea, esta “cláusula de solidaridad” que, como saben, prevé que en caso de “agresión armada en su territorio”, un Estado miembro puede recibir “ayuda y asistencia de los demás Estados miembros”. Esto nunca había ocurrido antes. Desde aquella toma de conciencia colectiva que nos permitió abrir los ojos, juntos, a las amenazas a las que nos enfrentamos como europeos, la Europa de la defensa no ha dejado de afirmarse. Con la creación de un Fondo Europeo de Defensa. Con la Cooperación Estructurada Permanente, un gran paso adelante. Podría hablarles de ello durante mucho tiempo, pero también recuerdo que, con respecto a la cooperación estructurada permanente, cuando en septiembre de 2016 en Bratislava precisamente, Ursula von der Leyen y yo, como ministros de Defensa de Alemania y Francia, propusimos integrar esta idea de cooperación estructurada permanente en el ámbito de la defensa, se nos vio un poco como personajes descabellados. ¡Y miren lo que ha pasado! Más tarde, hubo la Iniciativa Europea de Intervención, y hoy la perspectiva de la “Brújula Estratégica” que permitirá fijar –
bajo la Presidencia francesa, que es además una reunión importante– las ambiciones europeas en este ámbito, con miras a 2030.
Más recientemente, Europa ha dado otros giros geopolíticos decisivos. Pienso en la designación de China por parte de la Comisión como “un socio, un competidor y un rival sistémico" de los europeos. Pienso a la decisión de desarrollar una verdadera estrategia europea para la región del Indo-Pacífico. Pienso en el filtro de inversiones extranjeras, establecido por la Unión Europea el pasado mes de octubre en estos ámbitos estratégicos que son las telecomunicaciones, las biotecnologías y las infraestructuras. Pienso en la comunicación publicada el 18 de febrero por la Comisión para establecer una nueva estrategia de política comercial de la Unión Europea, que plantea claras exigencias en términos de reciprocidad y lealtad de los intercambios. Hace diez años, cuando Francia planteaba en Bruselas estas cuestiones –reciprocidad, intereses europeos, estrategia, level playing field– las reacciones de nuestros interlocutores dejaban entrever cierta perplejidad, y acababan convenciéndose de que Francia era realmente irremediablemente proteccionista. Me alegro de que las mentalidades hayan evolucionado enormemente sobre este tema. Pienso también en el espíritu de solidaridad que nos ha permitido, a pesar de todo, hacer de las fronteras del espacio europeo una herramienta de lucha contra el Covid. No vamos a hablar nuevamente de este tema, pero esta postura era esencial, y podemos reflexionar sobre lo que habría ocurrido si no se hubieran llevado a cabo estas iniciativas, que no estaban previstas.
Ciertamente –y lo constato cada mes en Bruselas– la sucesión de estos puntos de inflexión geopolíticos ha dado a los europeos una nueva confianza, a la que ahora se resisten las potencias que siguen pensando que pueden contar con la supuesta debilidad de las democracias en general y de Europa en particular. Ahora nos encuentran más unidos y dispuestos a defender nuestros intereses y nuestro territorio.
Todos estos son signos tangibles, estoy convencido, de un despertar geopolítico de Europa. Un despertar geopolítico indispensable en un mundo asolado por formas de competencia cada vez más brutales y atrevidas. Un despertar geopolítico que nos permita salir del tiempo de la ingenuidad y la inocencia. Un despertar geopolítico que debe imperativamente continuar –y ésta será una de las prioridades de la Presidencia francesa– siguiendo el camino de la autonomía estratégica y de la soberanía que hemos empezado a trazar colectivamente.
Porque, más allá de los debates semánticos, cuya importancia no minimizo, ya que la batalla de las palabras es siempre una etapa importante, más allá de estos debates semánticos, está claro que los 27 están conscientes ahora de la necesidad de trazar este camino de autonomía y soberanía.
E incluso nuestros amigos estadounidenses comprenden ahora, ellos también, que pueden beneficiarse de contar con un aliado fuerte. Me llamaron mucho la atención las primeras conversaciones que tuvimos, los 27, con Anthony Blinken: no dudó en plantear en términos muy claros esta necesidad.
Y esto significa mucho con respecto a la nueva agenda transatlántica que estamos decididos a implementar juntos, ya que es cierto que, a ambos lados del Atlántico, todos podemos beneficiarnos de una cooperación más estrecha y, al mismo tiempo, más equilibrada.
Por lo tanto, creo que estamos de acuerdo en decir que el futuro de Europa es geopolítico, que los europeos empiezan por fin a entenderlo y que hemos iniciado la “metamorfosis”, como usted dice, que nos permitirá no quedar relegados a la condición de meros espectadores de una historia, la nuestra, que otros sin embargo podrían escribir en nuestro lugar. Si bien, evidentemente, ¡aún queda mucho por hacer!
Queda mucho por hacer para reconstituir a Europa en el plano industrial y tecnológico. Como bien sabe, querida Cornelia, como todos sabemos: hay un larguísimo camino por recorrer. Hoy en día, no se produce ni un solo gramo de paracetamol en Europa, lo que es literalmente insoportable. Pero también para evitar que las empresas extranjeras subvencionadas por sus Estados vengan a falsear la competencia en nuestro mercado interior. O incluso para seguir afirmando nuestra soberanía europea en el ámbito eminentemente estratégico de la energía.
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Pero, para mí, este despertar geopolítico europeo estaría incompleto si no trabajáramos, también, en paralelo a este camino de autonomía estratégica y de soberanía, en la construcción de la vía de una nueva geopolítica: una nueva geopolítica de la influencia; una nueva geopolítica de los bienes comunes; una nueva geopolítica de los valores.
Estas expresiones pueden parecer paradójicas. Soy muy consciente de ello. Pero puedo asegurarles que éstas reflejan preocupaciones muy concretas para nosotros, los ministros de los 27, que trabajamos juntos de manera cotidiana para crear una geopolítica verdaderamente europea y adaptada a los desafíos actuales.
Permítanme insistir: la geopolítica europea del siglo XXI debe ser una geopolítica verdadera, pero también debe ser verdaderamente europea y verdaderamente del siglo XXI; pues es evidente que no mantendremos el control de nuestro destino tratando de hacer la geopolítica de los demás, al igual que es evidente que el “regreso de la Historia”, que usted explica acertadamente, querido Luuk, hace necesario el retorno de la geopolítica, este retorno de la Historia no es una vuelta al pasado. Este “regreso de la historia” es, por el contrario, un retorno al acontecimiento, como usted lo demuestra, y como nos lo recuerdan las crisis a las que tenemos que hacer frente cada semana. Pero también es el establecimiento de un nuevo orden internacional.
Esta nueva situación me lleva a tener una mirada ligeramente diferente, pero creo que complementaria a la suya, sobre los conceptos clave que sirven como punto de partida a su artículo: poder, territorio y narrativa. Esto es lo que quisiera ahora intentar compartir con ustedes, para sacar algunas conclusiones prácticas.
1/ Lo que define esta nueva situación, en mi opinión, es en primer lugar la extensión de la competencia internacional a todos los ámbitos.
Sí, hoy todo se ha convertido en una oportunidad, por no decir un pretexto, para alimentar esta competencia al servicio de lo que debemos llamar puros intereses de poder.
Desde que estalló la crisis de la pandemia, nuestros conciudadanos han tenido ya la oportunidad de comprobarlo. Ponemos evocar la “diplomacia de las mascarillas” y constatar las falsas promesas de la propaganda de vacunas que realizan ciertos actores.
Consecuencia: la geopolítica está ahora en todas partes, incluso en las demostraciones de fuerza militares, pero también donde menos lo esperamos, por lo que nuestra “caja de herramientas” geopolítica, retomando una imagen que usted emplea a menudo, está en efecto mejor abastecida de lo que podríamos haber pensado.
En otras palabras, somos más poderosos de lo que podíamos imaginar. Ya que, si las utilizamos estratégicamente, nuestras ventajas europeas pueden servir de instrumento para una nueva geopolítica de la influencia.
Con un mercado de 450 millones de consumidores, Europa se ha dado cuenta de que tiene el poder –digo realmente el poder– de influir en las decisiones medioambientales de sus socios comerciales. Por ello, hemos hecho del Acuerdo de París una condición de nuestros acuerdos comerciales bilaterales. Y ese es también el sentido del mecanismo de ajuste de carbono en las fronteras que se está debatiendo actualmente entre nosotros.
Como ven, se trata de utilizar todos nuestros resortes de acción, sin ingenuidad, al servicio de las prioridades que hemos definido. En efecto, es una cuestión de geopolítica.
2/ Esta nueva situación internacional también se define, por supuesto, por la globalización de los desafíos.
También en este caso, la crisis pandémica habrá servido reveladora. Al igual que el Covid-19, la alteración del clima, la erosión de la biodiversidad o incluso las amenazas cibernéticas, todas ellas nos afectan de una forma u otra, vivamos donde vivamos. Y en diferentes ámbitos, estos flagelos constituyen profundos factores de inestabilidad y desorden global. Nos guste o no, estos retos están reconstituyendo lo común en un mundo fracturado. Esta es una realidad que una geopolítica con visión de futuro no puede simplemente ignorar.
Consecuencia: si la geopolítica europea del siglo XXI debe anclarse en un territorio específico, también se juega a veces más allá de las lógicas puramente territoriales.
Tiene razón, querido Luuk, al subrayar lo esencial que fue para los europeos aceptar reinscribir su autoconciencia en un espacio delimitado por fronteras. Sin embargo, creo que, si queremos preservar todos nuestros intereses y protegernos de todas las amenazas a las que nos enfrentamos, también debemos asegurarnos de protegernos contra cualquier forma de lo que podríamos llamar “miopía geopolítica”. Ya que, si queremos construir una Europa verdaderamente soberana, también debemos estar preparados para proyectarnos allí donde nuestro destino esté en juego. Y eso significa, a veces, estar lejos de nuestras fronteras.
Me he dado cuenta, querido Luuk, de que cita a menudo al filósofo Hegel, de quien recuerdo una frase contundente: “el poder del espíritu es sólo tan grande como su exteriorización”. Dice bien lo que estamos descubriendo: que, para ser plenamente sí misma, Europa debe asumir su papel como un actor internacional de pleno derecho. Esto es quizás una paradoja. Pero hoy, es una paradoja que nos define.
Así que, en concreto, para preservar nuestra salud, para proteger nuestro planeta, para garantizar una Internet libre, seguro y abierto, debemos proyectarnos en la escena internacional, con todas las palacas del poder europeo, es decir, liderar una nueva geopolítica de los bienes comunes, construida sobre la cooperación multilateral y basada en el Estado de Derecho. Es lo que ya hemos intentado hacer en el marco de la Alianza para el Multilateralismo, que lancé con Heiko Maas, y que ya ha hecho posible la creación de un Consejo de expertos de alto nivel “One Health” respaldado por la OMS, que será, en cierto modo, el IPCC de la salud mundial. Es también lo que estamos haciendo al movilizar a nuestros socios previo a la COP 26 en París y como estamos haciendo hoy con miras a la COP 26 en Glasgow. Y es lo que también estamos haciendo al lanzar el Llamado de París por la confianza y la seguridad en el ciberespacio.
Estos éxitos demuestran que la geopolítica de los europeos no está condenada a ser únicamente una geopolítica del conflicto. Si debemos estar dispuestos a asumir las relaciones de poder cuando sea necesario para garantizar nuestra soberanía –y hemos demostrado que lo estamos haciendo progresivamente– también debemos saber jugar la carta de la cooperación internacional. Siempre sin ingenuidad, por supuesto.
Comprendo perfectamente las reservas que Luuk puede haber planteado sobre el “pensamiento universalista”, que sólo conduciría a palabras vacías. Pero creo que el pensamiento estratégico de los europeos no puede pasar por alto estos universales concretos que, de hecho, condicionan nuestro futuro.
3/ Por eso creo que los grandes desafíos globales de hoy exigen un nuevo universalismo, y al mismo tiempo un nuevo humanismo, que nos interesa poner en primer plano en la confrontación de modelos y valores que define también el nuevo orden internacional.
Seamos muy claros: este nuevo humanismo no es, en mi opinión, el último vestigio de un idealismo europeo que se tomaría a sí mismo por el centro del mundo. Y menos aún una prerrogativa del “Occidente”.
No caigamos en la trampa del relativismo de valores, que es un peligro tanto para el pensamiento como para la acción, ya que sólo hay un paso entre el decir que “todo es válido” y el decir que “todo está permitido”. Lo que realmente está en juego es simplemente una determinada idea del ser humano y de su dignidad. Una idea de alcance universal, ya que los individuos tienen derechos fundamentales que deben ser respetados, dondequiera que nazcan. Porque, más allá de las diferencias entre los pueblos, existe también la unidad del género humano. Esto no siempre ha sido evidente, y de ello se han derivado terribles tragedias. Hubo que conquistar esta idea. Hoy, frente a la amenaza de las peores regresiones, debemos reconquistarla.
Una idea de la persona humana y de su dignidad que ahora también tiene una traducción jurídica universal: se trata del elemento central del derecho internacional que construimos colectivamente tras la Segunda Guerra Mundial, con compromisos que todas las naciones eligieron libremente asumir juntas.
No debemos olvidar esta historia común, que por tanto no es sólo la historia de los europeos, sino que es en realidad una historia que une a Europa con todos los demás continentes. Por el contrario, debemos tener el valor de utilizarla contra los mitos civilizatorios y todas las fábulas nacionalistas que sirven hoy a quienes, tras este velo, tienen en realidad un interés político en poner en tela de juicio los principios universales que constituyen los fundamentos del derecho internacional y que nos son tanto más queridos cuanto que son también, al mismo tiempo, los fundamentos del proyecto político que reúne a los europeos –razón por la cual tampoco podemos aceptar que sean pisoteados en el seno de la Unión.
Consecuencia: me parece que la narrativa geopolítica que usted reclama no debemos únicamente contárnosla a nosotros mismos, como si fuera sólo la narrativa de los europeos que hablan a los europeos. Sino que también debemos ser capaces de escribirla y hacerla evolucionar con las sociedades civiles de todo el mundo, más allá de las llamadas divisiones culturales, pero también más allá de la lógica de los bloques.
Este es el sentido de la tercera vía que los europeos quieren proponer que se construya junta con sus socios de América Latina, el Indo-Pacífico o incluso con el continente africano, sin que, por supuesto, se nos equipare con China y Estados Unidos. Porque sabemos que están nuestros aliados y están los otros.
Para mí, como habrán comprendido, esta narrativa que los europeos deben tejer junto con sus socios para convertirla en la trama de un mundo común, debe ser la narrativa de un nuevo humanismo. Un nuevo humanismo que nos une como europeos y que debe seguir siendo el horizonte político de nuestra Unión, que es mucho más que un simple mercado. Pero un nuevo humanismo que, al mismo tiempo, reclama una geopolítica de los valores asumidos, debe servirnos para actuar junto con todas aquellas y aquellos que, de la misma manera y en otras partes del mundo, reconocen que hay ciertas exigencias universales que todos debemos cumplir.
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Eso es lo que quería empezar diciendo, al hilo de sus reflexiones, querido Luuk, en primer lugar, para aplaudir el despertar geopolítico de Europa, ya que nuestro futuro está efectivamente en juego, pero también para insistir en la necesidad de poner este impulso al servicio de una nueva geopolítica, orientada hacia el mundo del mañana. Un camino de autonomía estratégica y de soberanía, por lo tanto. Pero también una vía para trabajar con nuestros socios de todo el mundo para dar vida a lo que nos importa, a lo que valoramos y en lo que creemos. Para mí, es en la encrucijada de estas dos exigencias donde se juega la posibilidad de una verdadera geopolítica europea del siglo XXI.
Un ejemplo concreto, para terminar, de este enfoque que integra, en un conjunto coherente, las preocupaciones de la geopolítica “tradicional”, las herramientas de la geopolítica del derecho y de la cooperación entre naciones y la brújula de una geopolítica de lo universal y de los valores: la resolución adoptada el martes pasado por la OPAQ [Organización para la Prohibición de las Armas Químicas], a iniciativa de Francia. Esta resolución acaba de sancionar a Siria por haber violado sus compromisos internacionales al realizar ataques con cloro y gas sarín. Gracias a ocho años de movilización de los europeos, la comunidad internacional pudo enviar un mensaje muy claro: hay principios universales de derecho que nadie puede violar impunemente. Y era esencial librar esta batalla, que afecta a las problemáticas que mencioné, para intentar trazar un rumbo geopolítico para el futuro.
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