La República en actos: Discurso del Presidente de la República Francesa sobre la lucha contra el separatismo (Les Mureaux, 2 de octubre 2020)

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Señoras, señores ministros, señoras y señores parlamentarios, señor alcalde, François, muchas gracias, señor presidente del Consejo Departamental, señor presidente de la Comunidad Urbana, señor prefecto, señor primer presidente del Tribunal de Apelación, señor fiscal general, señora rectora, señoras y señores, en los grados y calidades que les corresponden, señoras y señores.

Gracias, señor alcalde, por recibirnos hoy en Les Mureaux para actuar y, a la vez, dialogar sobre un tema que reviste tanta importancia para la República Francesa, y no por casualidad en su ciudad, en su departamento. Son una tierra de lucha republicana y saben librarla, una ciudad de soluciones, como suele decir, y un departamento de contrastes que, sin embargo, siempre ha sabido enfrentarse a estos desafíos a través de la escuela, la educación y el trabajo.

El objetivo de nuestra cita de hoy es doble. En primer lugar, hemos de definir la realidad de nuestros problemas prescindiendo de tabúes y también de simplismos. Qué es lo que, dentro de nuestra sociedad, está poniendo en peligro a nuestra República, a nuestra capacidad para convivir. En segundo lugar, darles a conocer las decisiones que se han tomado en consecuencia, decisiones fruto de un trabajo metódico de casi tres años y que, junto con el Gobierno, hemos ultimado estas semanas.

El problema no es la laicidad. Lo he recordado en varias ocasiones, la laicidad, en la República Francesa, es la libertad de creer o de no creer, la posibilidad que tiene uno de practicar su religión siempre que no afecte al orden público. Laicidad significa neutralidad del Estado, en ningún caso eliminación de las religiones en la sociedad y en el espacio público. La laicidad es el pegamento de la Francia unida. Si bien la espiritualidad atañe a lo personal, la laicidad nos atañe a todos nosotros. Por ello, los republicanos sinceros no deben ceder nunca ante aquellos que, en nombre del principio de laicidad, intentan generar divisiones, enfrentamientos a partir de multitud de temas que, muy a menudo, conforman el grueso de nuestros debates, pero no el grueso del problema. Tenemos reglas en la materia. Hay que velar por que se cumplan, dando muestra de firmeza y de justicia. En todas partes, sin concesiones. De la misma manera, no caigamos en la trampa de la generalización que nos tienden polemistas y extremistas, trampa que consiste en estigmatizar a todos los musulmanes. Es la que nos tienden los enemigos de la República, una trampa que, parece, consiste en convertir a cada ciudadano de confesión musulmana en un aliado objetivo por ser víctima de un sistema bien organizado. Demasiado fácil.

Lo que debemos combatir es el separatismo islamista. Es un proyecto consciente, teorizado, político-religioso, que se traduce en un reiterado alejamiento de los valores de la República, que a menudo conlleva la formación de una contrasociedad y que suele manifestarse mediante la desescolarización de los niños, el desarrollo de prácticas deportivas y culturales comunitarizadas que sirven de pretexto para enseñar principios que no se ajustan a las leyes de la República. Es adoctrinamiento y, mediante éste, negación de nuestros principios, la igualdad entre hombres y mujeres, la dignidad humana.

El problema es esa ideología que afirma que sus propias leyes son superiores a las de la República. Lo he dicho a menudo: no le pido a ninguno de nuestros ciudadanos que crea o que deje de creer, que crea un poco o con moderación. No es asunto de la República. Pero a todos los ciudadanos les pido, cualquiera que sea o deje de ser su religión, respeto absoluto de todas las leyes de la República. Y ese islamismo radical, porque ése es el núcleo de la cuestión, tratémoslo y llamémoslo por su nombre, encierra una voluntad reivindicada, mostrada, una organización metódica dirigida a contravenir las leyes de la República y crear un orden paralelo, a erigir otros valores, a desarrollar otra organización de la sociedad, separatista, en un primer momento, pero cuyo objetivo final consiste en tomar el control, todo el control, esta vez. Eso es lo que lleva a que, poco a poco, se vaya rechazando la libertad de expresión, la libertad de conciencia, el derecho a blasfemar. Se nos lleva insidiosamente a la radicalización. Por no citar más que un ejemplo, aquí, en el departamento de Yvelines, unas 170 personas están fichadas por radicalización violenta. A veces hasta se llega a tomar parte en la yihad. Sabemos que 70 jóvenes de este departamento se han ido a Siria, y los que caen en esta deriva y que a veces acaban pasando a la acción en un intento de derramar sangre o, a veces, yendo mucho más lejos, a menudo son hijos de la República. Ésta es la trayectoria que ha llevado a lo que volvimos a ver, el pasado viernes, cerca de las oficinas de Charlie Hebdo.

A este respecto, naturalmente, al hablar de todo esto, soy consciente del momento y del lugar en el que nos encontramos. El momento es el del juicio por los atentados de enero de 2015 y, con emoción y fraternidad, me acuerdo de los familiares de los heridos, los familiares de las víctimas y sus allegados, que en enero de 2015 se vieron sumidos en el horror. Y, desde aquí, porque también tengo en mente el lugar, también quiero rendir homenaje a todas las víctimas del terrorismo, en particular al comandante de policía Jean-Baptiste Salvaing y a su compañera, Jessica Schneider, cuyo recuerdo sigue muy vivo en la memoria de Les Mureaux.

Pero, al hablar así, al recordar las distintas etapas, por así decirlo, de lo que no es un camino unívoco ni una fatalidad, no quiero inducir a confusión ni generalizaciones algunas. Ninguna de estas realidades debe esconder al resto. Pero no cabe duda de que existe un islamismo radical que lleva a negar las leyes de la República, que lleva a banalizar la violencia y que ha llevado a algunos de nuestros ciudadanos, de nuestros hijos, a elegir la peor opción o a considerar que la peor opción era la natural y, así, a crear condiciones propicias para la deriva política y la deriva violenta, la del terrorismo islamista. El desafío al que nos enfrentamos actualmente consiste en luchar contra la deriva de algunos en nombre de la religión, velando por que aquellos que quieren creer en el islam y ser ciudadanos plenos de nuestra República no estén en el punto de mira. Y, en el fondo, hace años que arrastramos esta realidad.

Cuando uno quiere hablar y considerar que millones de ciudadanos viven en la República como ciudadanos plenos y enteros y creen en el islam, se le responde que es ingenuo, que los está cubriendo, que no quiere ver las cosas como son. Si queremos responder a las derivas de las que acabo de hablar, también a las más radicales, caemos en la trampa de estigmatizar una religión entera.

El camino que hay que seguir es el que acabo de mostrar. Aislar el problema, el del islamismo radical. Saber que existe una relación mecánica entre cada una de las etapas y, por ende, no ceder al simplismo ni al cinismo. Atreverse a hablar y aceptar, también, que nos enfrentamos a un desafío que ha tardado décadas en forjarse en nuestro país y aceptar que no lo zanjaremos en un día. Pero, a aquellos que quieren separarnos, no debemos sino oponernos unidos, en un despertar republicano.

Se han escrito, descrito, analizado muy profundamente muchas cosas sobre lo que está viviendo nuestro país a este respecto. Voy a dar muestra de humildad y no fingir ser especialista en la materia pero, con unas pocas palabras, voy a compartir mi visión de las cosas. El islam es una religión que actualmente está en crisis en todo el mundo. No sólo se observa en nuestro país, se trata de una crisis profunda relacionada con las tensiones entre fundamentalismos, proyectos precisamente religiosos y políticos que, tal y como se aprecia en todas las regiones del mundo, conducen a un endurecimiento rotundo, también en los países en los que el islam es la religión mayoritaria. Miren a nuestro amigo Túnez, por no dar más que un ejemplo. Hace 30 años, la situación era radicalmente distinta en lo que se refiere a la aplicación de esta religión, la forma de vivirla y las tensiones que sufrimos en nuestra sociedad también existen en ella, que es, sin duda, una de las más formadas y desarrolladas de la región. Por tanto, el islam está en crisis en todo el mundo, lo están gangrenando esas formas radicales, esas tentaciones radicales y la aspiración a una yihad reinventada: la destrucción del otro. El proyecto de califato territorial contra el que luchamos en el Levante, contra el que estamos luchando en el Sahel y, además, en todas partes, formas más o menos insidiosas, las más radicales. Esta crisis también nos afecta por definición.

Y a esto se le suman influencias exteriores y una organización metódica de poderes políticos, de organizaciones privadas, que han impulsado estas formas más radicales. Hay que admitir que hemos dejado que pase, tanto en casa como fuera de ella. Wahabismo, salafismo, Hermanos Musulmanes… De hecho, muchas de estas formas eran pacíficas en origen, en parte. Y su forma de expresarse ha ido degenerando progresivamente. Y ellas mismas se han ido radicalizando. Han trasladado mensajes de ruptura, un proyecto político, una radicalidad en la negación, por ejemplo, de la igualdad entre hombres y mujeres, y, gracias a financiación exterior, gracias al adoctrinamiento desde el exterior, han alcanzado nuestro territorio en su intimidad.
Esta realidad nos afecta, nos golpea. Y ha crecido estos últimos años. Hay que ponerle nombre.

Y a ella se añade un caldo de cultivo en el que se ha establecido todo lo que acabo de describir. Nosotros mismos hemos erigido nuestro propio separatismo. El de nuestros barrios, la guetización que ha dejado que se produzca nuestra República, al principio con la mejor intención del mundo. Es decir que hemos llevado a cabo una política, a veces se la ha llamado política de poblamiento, pero hemos concentrado la miseria y las dificultades… Y lo sabemos muy bien. A menudo hemos concentrado a la población en función de su origen, de su medio social. Hemos concentrado las dificultades educativas y económicas en algunos barrios de la República. Hemos… A pesar de los esfuerzos de nuestros representantes, de los prefectos de la República, cuya labor deseo aplaudir, no hemos podido, precisamente por eso, no hemos podido mezclar suficientemente a la población, no hemos logrado ir a la velocidad a la que iba este fenómeno en términos de movilidad educativa y social. Y hemos acabado creando barrios en los que la promesa de la República se ha dejado de cumplir, barrios en los que el atractivo de esos mensajes, en los que esas formas más radicales, fuentes de esperanza que aportaban soluciones, que aportan soluciones, demos muestra de lucidez, para educar a los niños, para aprender el idioma de origen, para cuidar a las personas mayores, para prestar servicios, para tener posibilidad de hacer deporte.

En el fondo, lo que la República ha dejado de ofrecer por estar inmersa en sus propias dificultades, porque a veces se ha producido un retroceso en los servicios públicos, estas organizaciones, defensoras de ese islam radical, han ido ocupando su lugar de forma metódica. Y sobre estos retrocesos, y a veces sobre nuestra cobardía, han construido su proyecto, metódicamente, una vez más. Por ello, las deficiencias de nuestra política de integración, de nuestra lucha contra la discriminación, del racismo y del antisemitismo, que se retroalimentan, han ido favoreciendo este fenómeno, ellas también.

A todo ello se le suma el hecho de que somos un país con un pasado colonial, con traumas todavía sin solucionar y con hechos fundadores de nuestra psique colectiva, de nuestros proyectos, de nuestra forma de vernos a nosotros mismos. La guerra de Argelia es parte de ello y, en el fondo, toda esa época de nuestra historia se revisa inadecuadamente, porque, nosotros mismos, nunca lo hemos hecho como debíamos. Y, por tanto, vemos cómo hijos de la República, a veces de otros lugares, hijos o nietos de ciudadanos que llegaron desde el Magreb, desde el África subsahariana, reinventan su identidad a través de un discurso poscolonial o anticolonial. Vemos cómo hay niños, en la República, que nunca han vivido la colonización, niños cuyos padres y abuelos llevan largo tiempo en suelo francés, que caen en la trampa, una vez más, metódica, de determinadas personas que utilizan ese discurso, esa forma de odio de uno mismo que debería alimentar la República contra sí misma, y también de tabúes que nosotros mismos hemos fomentado y, mostrándoles sus orígenes a través de su espectro de nuestra historia, alimentan, también ellos, el separatismo. Distingo cada uno de estos componentes de forma metódica, aunque todos se mezclan en la realidad de la vida. Todos se mezclan, se alimentan unos a otros. Y, de hecho, el proyecto político, por eso lo he llamado separatismo islamista, porque a veces se emancipa incluso de la religión en sí misma para convertirse en un proyecto ideado, es un proyecto que mezcla todas estas realidades, pero ahí están.
Por tanto, debemos enfrentarnos con mucha determinación y vigor a las formas inaceptables y radicales hoy, a corto plazo. Debemos reconquistar todo aquello que la República ha dejado y que ha llevado a una parte de nuestros jóvenes o ciudadanos a sentirse atraídos por ese islam radical. Y también debemos tratar nuestros propios traumas y nuestras propias deficiencias para, de alguna manera, abrir esta página. Lo digo porque todo eso es lo que debemos lograr juntos. Con un discurso reductor, estaremos enviando un mensaje sencillo a todos los jóvenes de los barrios: «No nos gustáis. No tenéis cabida en la República. Corred a sus brazos». Si nuestro mensaje es un mensaje ingenuo, dejaremos que toda una parte de nuestra República huya, afirmando que no sabemos tratar los problemas de su día a día y acaba pagando por ello: la escuela de al lado de casa cierra, las prácticas, la asociación, los salmodiadores… Debemos tratar ambas cosas al mismo tiempo, analizando los puntos que acabo de mencionar. Este trabajo empieza hoy y es un trabajo que debemos llevar a cabo todos juntos, y que nos tomará años y años.

Sobre esta cuestión llevamos actuando sobre el terreno desde el primer día de forma contundente, con determinación, nuestros funcionarios están a pie de obra. No voy a repetir hoy aquí lo que se ha logrado en tres años en materia de lucha contra el terrorismo, pero nuestros servicios de inteligencia, nuestras fuerzas de seguridad interior, nuestros magistrados han hecho mucho. Leyes adoptadas al comenzar la legislatura, una nueva organización, mejor coordinación de los servicios de inteligencia, creación de una fiscalía especializada, medios asignados, 32 atentados frustrados… Pero las cosas también han ido cambiando conforme se producían las mutaciones que acabo de mencionar. Nos habíamos enfrentado a un terrorismo de importación. Tenemos lo que se denomina un terrorismo endógeno, cuyas formas se han ido hibridando, y que se sitúa, según algunos, en los confines de las derivas resultantes del islam radical y, según otros, en los confines de la psiquiatría y la radicalización político-religiosa, en el que a veces pueden radicalizarse en apenas unas horas individuos que, se sabe, están muy aislados. Por tanto, debemos perseverar con determinación, con fuerza. Ésta es la misión, el compromiso del ministro del Interior y, junto a él, de todos los funcionarios que lo acompañan. También es la del ministro de Justicia, porque hay que frustrar, avanzar, reconquistar.

Desde 2017, también hemos intensificado la lucha contra la radicalización con actos claros, precisos y firmes. Ya a finales de 2017, en 15 barrios se desplegaron silenciosamente planes de lucha contra la radicalización en los que participaban todos los servicios del Estado, de forma extremadamente confidencial, para lograr métodos más eficaces, con la cooperación de todos los servicios del Estado, los magistrados sobre el terreno, los servicios de inteligencia. En dichos barrios se han cerrado 212 establecimientos de venta de bebidas, 15 lugares de culto, 4 escuelas, 13 centros asociativos y culturales, se han realizado cientos de controles, se han incautado millones de euros. Los resultados obtenidos nos han llevado a extender este método a todo el territorio. Los resultados, los tenemos, el método ha demostrado ser eficaz. Lo hemos extendido y lo estamos poniendo en práctica en todo el territorio nacional. El pasado invierno se implantaron en cada departamento unidades de lucha contra el islamismo y el repliegue comunitario. Ya han permitido prohibir conferencias organizadas por movimientos islamistas radicales, plantear dificultades económicas a una asociación que se desviaba de su razón de ser y fomentaba el islam político. En otra parte, han posibilitado el cierre de una escuela clandestina en la que niñas de 7 años llevaban el velo integral, etc., etc. En total, desde el 1 de enero de 2020, se han realizado 400 controles y se han decretado 93 cierres.

He ahí los hechos, los asumo, y el Gobierno conmigo. Y a menudo tienen más valor que las palabras. Seguiremos avanzando. Y quiero subrayar hasta qué punto la labor que lleva a cabo el Gobierno en materia de lucha contra los estupefacientes y las bandas organizadas es un trabajo parejo a este. Porque las redes del islam radical suelen desarrollarse económicamente con los estupefacientes, con una economía que los alimenta y crea, si puedo decirlo así, los propios desórdenes del barrio o su propio orden paralelo. Todo está interrelacionado, y este plan coordinado, determinado, es el que seguiremos llevando a cabo. Nunca hemos dado muestra de angelismo o ingenuidad. Esas acciones nunca se habían implantado con tal sistematización y método. Así que hoy no sólo debemos proseguirlas, sino intensificarlas.

Nuestra respuesta debe ser más amplia, potente, debe responder a los problemas concretos que se observan sobre el terreno. Y la respuesta pasa por medidas de orden público, también por que la República vuelva a implicarse y, en el fondo, por una estrategia de conjunto que quiero exponer aquí y que, para mí, gira en torno a cinco pilares principales.

El despertar republicano al que me refiero es una movilización de toda la nación, Y aquello que hemos diseñado, preparado y madurado así es fruto de lo que nuestros funcionarios han observado sobre el terreno, y también los representantes, las asociaciones, porque deberemos construirla todos juntos. En el corazón de esta estrategia se halla la movilización de muchos agentes, la responsabilización de algunos, también habrá un texto de ley. El próximo 9 de diciembre, el ministro del Interior y su ministra delegada presentarán un proyecto de ley en el Consejo de Ministros, proyecto de ley que, 115 años después de la adopción definitiva de la ley de 1905, perseguirá reforzar la laicidad y consolidar los principios republicanos. Todos los ministros aquí presentes han aportado una gran contribución al texto, y se lo agradezco. Seguirán desarrollándolo en los próximos días y semanas, a medida que se vaya consensuando, y tendrán que dirigir los debates parlamentarios junto con el ministro y la ministra delegada.

El primer pilar de este despertar, de ese patriotismo republicano que anhelo en este ámbito, es, en primer lugar un conjunto de medidas de orden público y neutralidad del servicio público, que son respuestas inmediatas y firmes a situaciones observadas, conocidas y contrarias a nuestros principios. Hay representantes que, a veces presionados por grupos o comunidades, han podido y pueden plantearse imponer menús confesionales en el comedor. Ha sucedido en departamentos como el de Seine-Saint-Denis, o en Normandía. Otros representantes excluyen o tienen previsto excluir a los hombres o las mujeres de la piscina en horarios determinados. Esto sucedió por ejemplo en un municipio no muy lejos de aquí, donde algunas mujeres reivindicaron horarios de acceso a la piscina distintos de los de los hombres. Una vez que se haya adoptado la ley, el prefecto podrá suspender las órdenes municipales correspondientes al contravenir los valores republicanos. Y, de no aplicarse la decisión, podrá sustituir a la autoridad local con el acuerdo del juez. Se trata a la vez de una medida que protege la neutralidad de los servicios públicos y el mantenimiento del orden público. Y, en algunas situaciones, es lo que también puede permitir que nuestros representantes estén protegidos frente a este tipo de presiones, porque no subestimo la presión a la que algunos de ellos pueden estar sometidos.

Sobre muchos temas relacionados con el ámbito de la medicina o del urbanismo, se tomarán decisiones muy concretas, inspiradas en este texto legislativo, pero que corresponden, una vez más, a situaciones observadas que contravienen el orden público o la igualdad entre hombres y mujeres y que es importante resolver con mucha serenidad, respeto y pragmatismo.

En numerosos servicios públicos prestados por empresas, en particular en el transporte público, hemos asistido en los últimos años a un aumento de los desmanes, que ofenden y suelen observarse con una especie de impotencia porque eluden la ley: controladores que niegan el acceso a un autobús a mujeres por su vestimenta o, por decirlo más claro, porque no llevan una vestimenta que ellos consideran decente; agentes que exigen llevar signos ostensibles —agentes que, ciertamente, son concesionarios privados, pero que prestan servicios delegados por el municipio, el departamento o el Estado— y que portan esos signos en el ejercicio de sus funciones; fenómenos de radicalización importante que van en aumento y que en los últimos meses nos han llevado a hacer un seguimiento más atento de más de 80 personas que trabajan en las dependencias de Roissy-Charles de Gaulle.

Todos estos asuntos muestran cómo allí donde la neutralidad de los servicios públicos estaba claramente establecida, al estar en manos de funcionarios y en espacios controlados, se han cometido una serie de desmanes cuando ha habido concesión de servicios públicos. Lo que este texto legislativo permitirá hacer de forma muy concreta será obligar a que la neutralidad se aplique a los agentes públicos en el ejercicio de su trabajo, obviamente, pero, sobre todo, que esa neutralidad se haga extensiva a los trabajadores de las empresas concesionarias, algo que hasta ahora no se aplicaba con claridad. Todo ello nos permitirá dar una respuesta clara y firme a cada una de las situaciones inaceptables que he mencionado y evitar los desmanes y, en ocasiones, las presiones inadmisibles. A todos estos hechos, que no son conformes con nuestros principios, había que hacerles frente y eso es lo que estamos haciendo con firmeza y convicción. Controlar, enjuiciar, sancionar. Pero eso no es suficiente.

Ante el islamismo radical, enarbolado como un orgullo, debemos contraponer un patriotismo republicano manifiesto e ir un paso más allá. El segundo eje se refiere a las asociaciones. Nuestras asociaciones son un pilar de nuestro pacto republicano. Tienen una enorme importancia y el ministro de Educación Nacional, Juventud y Deporte lo sabe muy bien y creo que todos los cargos electos aquí presentes y los prefectos, también. Nuestras asociaciones son actores, mediadores y, a lo largo de nuestra historia, han forjado —fuera del tiempo, si se me permite, stricto sensu, de la República o de nuestros ritos republicanos o del tiempo escolar o de los tiempos dedicados— forjan un tiempo de vida en el que nuestros valores son comunes. Por tanto, es bastante lógico que aquellos y aquellas que sostienen el proyecto de separatismo islamista hayan penetrado en el tejido asociativo al identificarlo como la forma o, en cualquier caso, el espacio más idóneo para difundir sus ideas, prestar servicios que asociaciones laicas u otras asociaciones que acatan las leyes de la República ya no proporcionan, o que a veces ni la misma República presta ya y, por ese conducto, difundir de forma subrepticia o de forma muy reivindicativa mensajes propios del islam radical. Lo que estamos viendo con ustedes, con los medios de comunicación, los prefectos, los universitarios que trabajan en este tema es que muchas asociaciones que ofrecen actividades deportivas, culturales, artísticas, lingüísticas o de otro tipo y cuya razón de ser es asistir a los más precarios o proporcionar ayuda alimentaria, en realidad están desplegando notorias estrategias de adoctrinamiento.

Las asociaciones deben unir a la nación y no fracturarla. Y en ningún caso vamos a renunciar a este principio que constituye la esencia misma de la libertad asociada a la protección de las asociaciones en nuestro país y al estatus tan particular que tienen en la República. Los motivos para disolver una asociación en Consejo de Ministros eran hasta ahora muy limitados y se ceñían a actos de terrorismo, racismo y antisemitismo. Estos motivos se ampliarán a actos que vulneren la dignidad de las personas y a presiones psicológicas o físicas.

Tenemos que ir hasta el final. Por lo tanto, vamos a reforzar los controles, introducir en la ley los principios en virtud de los cuales se podrá disolver una asociación y aceptar que, en virtud de nuestros principios republicanos y sin esperar a que llegue lo peor, puedan disolverse asociaciones si se demuestra que difunden esos mensajes y contravienen nuestras leyes y nuestros principios. Antes de la disolución, está la financiación. Toda asociación que solicite subvenciones al Estado o a una entidad territorial deberá firmar un contrato por el que se compromete a respetar los valores de la República y las exigencias mínimas de la vida en sociedad, utilizando la expresión empleada por el Consejo Constitucional. Si se rompe el contrato, los responsables tendrán que devolver el dinero recibido, porque es preciso que el dinero público no sirva para financiar a los separatistas, eso es algo evidente. Ya hay muchos que han empezado por este camino y, de hecho, en su departamento, sé que hay muchos cargos electos que han empezado a exigir a las asociaciones deportivas que firmen cartas de laicidad. Vamos a proponer a todas las entidades territoriales un modelo de contrato reforzado común, que aplicaremos y en el que ya hemos empezado a trabajar. La ministra ya lo ha hecho con todas las asociaciones dependientes del Ministerio de Política Urbana y estamos implantándolo para todas las asociaciones del Ministerio de Deporte, porque es lo que necesitamos. Pero queremos que, en todas partes, el Estado y las entidades de todo el territorio tengan el mismo tipo de contrato y de exigencias y las mismas reglas que rigen el cumplimiento de la financiación, con un control que será autorizado en consecuencia y, por ende, con un seguimiento financiero y una obligación de reembolsar los fondos, tal y como decía antes.

En definitiva, en nuestras asociaciones, la ley así propuesta permitirá reforzar los elementos de control y el respeto de nuestros valores republicanos, introducirá requisitos adicionales en cuanto a la claridad del cumplimiento de nuestros principios sobre financiación y permitirá, una vez más, disolver asociaciones cuando se detecten infracciones a los principios a los que me he referido. Es una necesidad y lo hacemos respetando la libertad de asociación, con un trabajo muy minucioso que han llevado a cabo el ministro de Justicia y el ministro del Interior, a los que doy las gracias por ello. Y creo además que gracias a este dispositivo podremos, de forma mucho más eficaz, cerrar estructuras inaceptables y aumentar la presión sobre las asociaciones que, subrepticiamente, cometen esos desmanes.

El tercer pilar de nuestra estrategia es la escuela. Es absolutamente esencial, y ya ven ustedes cómo a medida que voy avanzando voy entrando, por así decirlo, en la intimidad de nuestra vida republicana. La escuela es el crisol republicano, es lo que hace que podamos proteger completamente a nuestros hijos frente a cualquier signo religioso y frente a la religión. La escuela es realmente el centro del espacio de la laicidad, el lugar en el que formamos las conciencias para que nuestros hijos se conviertan en ciudadanos libres y racionales, capaces de elegir sus vidas. La escuela es, por tanto, nuestro tesoro colectivo, lo que en nuestra sociedad nos permite construir ese lugar común que es la República.

Pues bien, aquí también hemos visto desmanes, vemos incumplimientos y tenemos una batalla que librar. Hoy, más de 50 000 niños reciben educación en casa, una cifra que va en aumento cada año. Todas las semanas, directores y directoras de escuela descubren el caso de niños que se encuentran totalmente fuera del sistema. Todos los meses se da el caso de prefectos que cierran «escuelas» —entre comillas, porque ni siquiera están declaradas como tales— ilegales y a menudo administradas por extremistas religiosos. Por todo nuestro territorio, el fenómeno al que estamos asistiendo es claro: padres de alumnos que van a ver al director o directora de escuela y le dicen: «La clase de música se acabó; si no, ya no vuelve. La piscina con los demás, se acabó; si no, ya no vuelve». Luego llegan los certificados de alergias al cloro, después, las repetidas ausencias y, por último, la desescolarización. «Vamos a matricularlo en el CNED [Centro Nacional de Educación a Distancia]. Será lo mejor, es más fácil para nosotros». Pero esos niños no van al CNED y a veces no reciben ninguna educación, sino que entran en estructuras que en ningún caso están declaradas. La semana pasada volvimos a identificar una en Seine-Saint-Denis. Son estructuras muy básicas: muros y casi ninguna ventana, niños que llegan todos los días a las 8.00 h y que se van a las 15.00 h, mujeres con el nicab que los reciben. Y cuando les interrogamos: rezos y algunas clases… esa es su educación. Esta es la realidad y tenemos que enfrentarla y darle nombre.

Sobre este asunto, frente a todos estos desmanes que excluyen a miles de niños de la educación para la ciudadanía, del acceso a la cultura, a nuestra historia, a nuestros valores, a la experiencia de la alteridad, que constituye el núcleo de la escuela republicana, he tomado una decisión, sin duda… —la valoro y lo hemos debatido mucho con los ministros— sin duda, una de las más radicales desde las leyes de 1882 y de las que garantizan la escuela mixta entre niños y niñas en 1969. Desde el inicio del curso en 2021, la educación en la escuela será obligatoria para todos a partir de los 3 años. La educación en casa se limitará de forma estricta, particularmente a imperativos de salud. Cambiamos, por tanto, de paradigma, pero es necesario que lo hagamos.

Nuestra escuela, por otra parte, no puede en ningún caso ser objeto de injerencias extranjeras. Lo hemos visto con el famoso sistema ELCO de enseñanza de lenguas y culturas de origen, que nos ha llevado a acoger en nuestro territorio, en un marco contractual con los países de origen, a docentes que en ocasiones no dominaban el francés, que impartían clases dentro del sistema ELCO —les recuerdo que en este marco se firmaron contratos con Argelia, Marruecos y Turquía— que en sí mismas no se ajustaban a las leyes de la República o a los principios fundamentales de nuestros programas.

Como anuncié el invierno pasado en Mulhouse, el ministro de Educación Nacional y el ministro para Europa y de Asuntos Exteriores han estado trabajando precisamente para poner fin a este sistema y hacer que tengamos un único sistema, el de la EILE [Enseñanza Internacional de Lenguas Extranjeras], con el que podemos tener una enseñanza del árabe, por ejemplo, y contratos con esos Estados, pero donde tenemos un control sobre los docentes, sobre su respeto a nuestros valores y sobre sus competencias en lengua francesa, es decir, un auténtico control de la Educación Nacional sobre la calidad de los docentes y de la enseñanza. Esto es hoy una realidad. Estamos cerrando los últimos flecos de la negociación, pero tras unas intensas negociaciones con los tres países que he mencionado, ponemos fin al sistema ELCO. No es solo un proyecto, que en el pasado ha podido abordarse y debatirse; es una realidad.

Además, dado que la escuela debe ante todo inculcar los valores de la República y no los de una religión, formar ciudadanos y no fieles, las escuelas que no estén sujetas a contratos, y que ahora están más vigiladas gracias al gran avance que supone la llamada ley Gatel, serán objeto de un control aún mayor.

Lo digo con toda claridad: la libertad de enseñanza es importante en nuestra República y no se trata en ningún caso de cuestionarla, de despertar las pasiones que se han podido vivir en nuestro país en ocasiones y que serían contraproducentes. Pienso que tampoco en este caso podemos generalizar. Con la libertad de enseñanza sabemos vivir, nos hemos organizado y las cosas van bien. Pero, sobre la carrera profesional del personal, el contenido pedagógico de las asignaturas o el origen de la financiación es legítimo que el Estado refuerce los controles. En estos últimos meses, todos hemos visto el caso de institutos y colegios, financiados por el Estado o por las regiones, sobre los que no teníamos una visibilidad completa porque la ley no lo permitía. Nos despertamos cuando estalla el escándalo, que es lo peor de todo. Por eso, hemos decidido precisamente dotar al Ministerio de las vías y los medios para controlar cada uno de estos aspectos y poder proceder a cierres administrativos cuando sean necesarios y haya que asumirlos, respetando la libertad de enseñanza y no generando pasiones inútiles.

La República se ha construido en torno a la escuela, que no solo forma a individuos, sino que también educa a ciudadanos y forja mentes libres. Es por ello por lo que la República —estoy convencido de ello— resistirá, gracias a la escuela, ante aquellos que quieren combatirla o dividirla. A través de la escuela, permitiremos que todos los niños accedan al saber, a la cultura, al civismo republicano y, por tanto, a convertirse plenamente en ciudadanos y ciudadanas.

Este proyecto, ya lo ven ustedes, es extremadamente ambicioso. Ha sido objeto de un gran trabajo —y quiero por ello dar las gracias, de verdad, a los ministros— y para mí es un pilar esencial de esta estrategia. Positivo y, también, decidido.

El cuarto eje de la estrategia que pretendemos llevar a cabo, de este despertar republicano, consiste en instaurar de una vez por todas en Francia un islam que pueda ser un Islam de las Luces. Suelo ser bastante prudente con este tipo de expresiones. Ha habido muchas y se ha hablado también de un «Islam de Francia», pero no voy a entrar aquí en estos debates semánticos porque he observado que, cuando los lanzo, después surgen muchísimos comentarios. Así pues, pienso que no debería haber una especie de islam galicano, no, pero sí tenemos que contribuir a que, en nuestro país, esta religión se estructure para convertirse en socio de la República en los asuntos que tenemos en común. Es lo normal. Las otras religiones se han estructurado así, primero, por su historia, y en ocasiones por su propia estructura, diría yo, y hemos aprendido a vivir juntos. Pero, una vez más, debemos ser lúcidos.

Cuando se votó la ley de 1905, el islam no era una religión que estuviera tan presente en nuestro país. En los últimos años se ha ido extendiendo mucho, sobre todo a través de las olas migratorias que se vivieron principalmente en el siglo XX. Y ahora estamos ante una realidad cuya organización no se corresponde con nuestros propios métodos, con nuestros propios medios de expresión. Nuestros interlocutores actuales no han asumido una verdadera responsabilidad en el culto y, por tanto, es muy difícil para el ministro encargado del culto, para los prefectos y para los alcaldes saber a quiénes se dirigen cuando desean poder hablar de los temas relacionados con el culto, que tienen un impacto en nuestra vida en sociedad y, a veces, también en el orden público. Porque el culto no es un aspecto que esté organizado.

Llevamos tres años trabajando denodadamente en este asunto. He hablado con casi todos los especialistas, partes interesadas y diferentes equipos de dirección del CFCM [Consejo Francés del Culto Musulmán]. En un momento dado, he pensado en una posible vía a seguir, la de un enfoque concordatario, pero creo que no se adaptaba a los tiempos que vivimos: habría generado rupturas con las otras religiones, su marco jurídico habría sido muy frágil y creo que probablemente habría suscitado reflexiones contraproducentes del tipo «¿Son ustedes, es decir, el Estado, los que van a ocuparse de organizar el islam y, en consecuencia, de financiar tal o cual cosa con el dinero del contribuyente?». Imagínense dónde nos habríamos metido teniendo en cuenta el fervor de los debates irracionales que a veces tenemos.

Esta es la razón por la que hemos iniciado un trabajo de estructuración y también de responsabilidad compartida. Hace poco más de dos años, el Ministerio del Interior solicitó a los prefectos en cada departamento que identificaran a los interlocutores del islam, lo que hasta ahora no se había hecho realmente como ustedes saben, pues lo que hay son los CRCM [Consejos Regionales del Culto Musulmán]. Este trabajo se ha hecho y ha permitido identificar a interlocutores en cada departamento, o en ciertos territorios de forma interdepartamental, y a partir de ahí estructurar el diálogo. Hemos llevado a cabo un serio trabajo, una seria reflexión con el Consejo Francés del Culto Musulmán, y este es el camino que vamos a emprender juntos: el de tratar de crear juntos una organización que nos permita —confío y creo en ello— construir un Islam de las Luces en nuestro país, es decir, un islam que viva en paz con la República, respetando todas las normas de separación y permitiendo aplacar todas las voces. No es trabajo del Estado estructurar el islam, pero debemos posibilitar y apoyar este advenimiento y a eso es a lo que contribuye este diálogo, toda esta preparación.

Para empezar, y este es el primer punto en la materia, liberando al islam en Francia de influencias extranjeras. Este asunto lo abordaremos de dos maneras, porque hay dos tipos de influencia: una influencia que es visible y manifiesta y, otra, que es menos visible y manifiesta, pero que puede ser más profunda y peligrosa.

La primera influencia que hemos decidido reducir, en concertación con los países interesados, es la organización propia del «islam consular». Como saben ustedes, como país, hemos organizado la formación de los imanes en países extranjeros, pero también la de los salmodiadores que traíamos a Francia periódicamente. Turquía, Marruecos y Argelia eran los países que enviaban esos imanes y salmodiadores. Hemos decidido con total serenidad poner fin a este sistema con los países de origen, dentro de un proceso de transición, es decir, en un plazo medio de 4 años, porque hay que hacer las cosas gradualmente y porque —luego volveré a tratar este aspecto— nosotros mismos, es decir, los musulmanes de Francia, somos los que vamos a formar a nuestros imanes y salmodiadores. Así pues, debemos cortar el vínculo con el llamado «islam consular», porque alimenta las rivalidades y las disfunciones, pero sobre todo porque sigue sosteniendo ese superego poscolonial al que me refería antes con muchísimas ambigüedades y no permite que la estructuración de esta religión en nuestro país avance como debería. Y lo digo con total serenidad y de acuerdo con el CFCM y con los tres países que he mencionado. Por tanto, vamos a acabar con ese vínculo y con esa influencia extranjera.

La otra influencia, más perniciosa y grave, es la de la financiación. Hasta ahora había una ambigüedad: muchas estructuras recurrían a la ley de 1901 para financiar actividades de culto con mucha opacidad. Estructuras que veíamos aparecer —hemos visto aparecer tantas en nuestro territorio— y sobre las que descubríamos que estaban financiadas por tal fundación, en ocasiones, por tal Estado extranjero, tales intereses, sin mucha transparencia. A partir de ahora, se alentará a las mezquitas a pasar de la forma asociativa al régimen previsto por la ley de 1905, que es a la vez más ventajoso desde el punto de vista fiscal y está más controlado en materia de planes de financiación procedentes del extranjero. Pero más allá de todo esto, todos los que sigan optando por la ley de 1901 experimentarán una vigilancia mucho más estricta sobre el origen de la financiación, el control de dicho origen y la transparencia de los fondos.

¿Qué vamos a hacer, hablando en términos claros para aquellos que conocen estas cuestiones? Para todas las asociaciones de culto que hayan sido registradas en el ámbito de la ley de 1901, vamos a reproducir los mismos requisitos existentes en la ley de 1905, sin las ventajas fiscales de la ley de 1905. Esto debería, en principio, incitar a optar por la ley de 1905 pero, sobre todo, es el fin de un sistema de opacidad. No se trata de prohibir la financiación procedente del extranjero, se trata sencillamente de supervisarla, de hacerla transparente y de controlarla. Una vez más, es un elemento fundamental para liberar al islam en Francia de influencias extranjeras que rara vez son para bien y, como hemos visto, casi siempre son para lo peor. Se trata realmente de volver al espíritu y a la letra de la ley de 1905 que, básicamente, han sido desvirtuados en la práctica por elusiones y décadas de descuido. Por tanto, lo que de hecho vamos a hacer en todos los lugares de culto es reforzar los controles en materia de financiación y, en las asociaciones que los sostienen, reforzar —como decía antes en el segundo eje— nuestro control sobre el tipo de cosas que se dicen, las actividades que se llevan a cabo en ellas y el respeto a los valores de la República reflejados en aquellas y aquellos que los defienden y los mantienen vivos.

En segundo lugar, la voluntad de proteger a los responsables de mezquitas de putschs y de tomas de control hostiles por parte de los extremistas es un elemento muy importante de esta estructuración. Actualmente, en nuestro territorio, lo que vemos básicamente —y sé que los cargos electos aquí presentes lo han visto ellos mismos y, a veces, lo han vivido— son tomas de control hostiles en las mezquitas, orientadas precisamente a cambiar repentinamente a los dirigentes de las asociaciones de culto en solo unos días. Y, así, días después, nos despertamos y vemos cómo islamistas radicales se aprovechan de las deficiencias de los estatutos para tomar el control de la asociación y de toda su financiación y llevar a cabo la peor de las políticas. Pues esto ya no volverá a pasar. Lo que vamos a implantar con total nitidez en la ley es un dispositivo anti-putsch muy sólido, que evitará que estos protagonistas, que son los más sutiles y los más sofisticados, puedan utilizar las carencias de nuestras propias reglas para venir a tomar el control de las asociaciones de culto y de las mezquitas y, con ello, predicar lo peor, organizar lo peor y con frecuencia, de hecho, en el marco de asociaciones de culto, llevar a cabo actividades que nada tienen que ver, que empiezan a tener un carácter político, etc., etc.

Por último, la ambición de formar y promover en Francia una generación de imanes, pero también de intelectuales que defiendan un islam plenamente compatible con los valores de la República es una necesidad. El islam es una religión que existe en Francia. Sé que muchos no quieren verlo y piensan que esa sería una forma eficaz de acabar con el islam radical. Yo creo que eso es una estupidez. Primero, porque negar la realidad nunca es una buena idea y, después, porque, como les decía antes, creo que ese es el mejor regalo que podríamos hacerle a aquellos que quieren derrocar a la República. Pero, como decía, debemos ir hasta el final de esta estructuración.

Así pues, lo que hemos acordado con el Consejo Francés del Culto Musulmán es que de aquí a seis meses como máximo éste termine un arduo trabajo iniciado hace varios meses, que es indispensable. Un trabajo que consiste, en primer lugar, en certificar cursos de formación para imanes en nuestro país; en segundo lugar, en asumir una responsabilidad de culto, que consistirá en la certificación de los imanes; y, en tercer lugar, en redactar una carta cuyo incumplimiento conllevará la revocación de los imanes. La estructuración de la peregrinación del Hajj aportará la financiación necesaria. Hemos trabajado intensamente con Arabia Saudita para regular dicha peregrinación y también con el CFCM, de la mano de la MIF, precisamente para establecer una solución que permita obtener financiación y estructurar la formación.

Esto que les estoy describiendo no es el Estado el que lo hará, en virtud del propio principio de separación; será el Consejo Francés del Culto Musulmán, en el que confío. Es una responsabilidad inmensa la que le hemos asignado. Pero también les he dicho, acompañado del ministro hace dos días, que vamos a ejercer sobre ellos una enorme presión, porque no podemos fracasar. Creo que, hoy, es eso lo que necesitamos.

En cuanto a la dimensión intelectual, profana, también el Estado debe involucrarse. Involucrarse y apoyar aquello que en nuestro país debe propiciar una mejor comprensión del islam y, también, una mejor formación intelectual y académica tanto de los religiosos como de todos nuestros conciudadanos interesados en esta religión y en esta civilización, también para que nos conozcamos mejor unos a otros y porque es un desafío para nosotros mismos. A tal efecto, apoyaremos con un total de 10 millones de euros las iniciativas que tome la Fundación del Islam de Francia en materia de cultura, historia y ciencia. Me estoy refiriendo, en particular, al desarrollo de estudios islámicos de alto nivel en la universidad. También he decidido que vamos a crear un Instituto Científico de Islamología y, en nombre de la ley sobre educación superior e investigación, crearemos puestos adicionales en la educación superior para continuar el trabajo, o a veces para retomarlo, en materia de investigación sobre la civilización musulmana y también sobre el Magreb, la Cuenca del Mediterráneo y África.

Muchos de estos temas, en los que Francia sobresalía a nivel académico, han perdido peso y los hemos abandonado. Y con ello, hemos dejado el debate intelectual a otros, a aquellos que se sitúan fuera de la República y lo han ideologizado, pero en ocasiones también a otras tradiciones universitarias. Me refiero a la tradición anglosajona, que tiene otra historia, distinta a la nuestra. Y cuando hoy veo algunas teorías de las ciencias sociales, importadas totalmente de los Estados Unidos de América, con sus problemas, que respeto y que existen, pero que vienen a añadirse a los nuestros, me digo que somos insensatos si no apostamos por esto. Por eso, tenemos que volver a involucrarnos de forma muy clara en el campo de las ciencias sociales, de la historia, del estudio de las civilizaciones, y hacerlo de forma masiva, creando nuevos puestos, propiciando el diálogo y la controversia académica y científica para no dejar que el conocimiento y la comprensión del islam como religión y de la civilización que se deriva de él, así como sus aportaciones a nuestro país y a nuestro continente, se queden a expensas de debates ideológicos y exclusivamente políticos.

Esta tarea la llevaremos a cabo, una vez más, de forma muy metódica y con ahínco. Quiero que Francia se convierta en un país en el que pueda enseñarse el pensamiento de Averroes o de Ibn Jaldún y que podamos ser un país de excelencia en el estudio de las civilizaciones musulmanas. Nos lo debemos a nosotros mismos y se lo debemos a esa lucha de la que he hablado. Porque el proyecto al que me estoy refiriendo no será un éxito si no conocemos mejor ni comprendemos mejor las civilizaciones que, de facto, conviven en nuestro territorio, habida cuenta de lo que hoy es el pueblo francés.

Asimismo —el ministro de Educación Nacional ha expresado en varias ocasiones su compromiso en este aspecto— tenemos que enseñar más árabe en las escuelas o en actividades extraescolares que estén bajo nuestra supervisión. Porque nuestra juventud también se nutre de esa cultura plural y, sobre este asunto, tenemos que dejar de ser hipócritas: cuando no enseñamos árabe en las escuelas o en actividades extraescolares compatibles con las leyes de la República, estamos aceptando que hoy día más de 60 000 jóvenes lo aprendan en asociaciones que se lo ofrecen para mal y donde son manipulados por aquellos a los que me he referido antes. Por tanto, el árabe y muchas otras lenguas que son la riqueza de nuestros hijos, de sus familias, debemos, en nuestra República, saber reconocerlas, además de ensalzarlas y darles vida en el marco republicano. Y ello, sin ningún tipo de complejos, sencillamente, una vez más, de acuerdo con nuestros principios, pero reconociendo nuestra riqueza. Acabemos pues con la hipocresía y no deleguemos esta enseñanza. En el plazo de dos años, nuestro deseo, junto al ministro, es que tengamos una auténtica política para el aprendizaje de las lenguas y las civilizaciones en la escuela, con docentes y hablantes nativos que cuenten con una certificación a nivel lingüístico y que sepamos que respetan los valores de la República.

Por último, y es el quinto eje que quería destacar: si bien tenemos que hacer que la República se haga respetar, aplicando sus reglas de forma decidida, y volver a imprimir fuerza a la ley; si bien es preciso reconquistar terreno en los ejes fundamentales que he mencionado, también hay que contribuir a que se la ame de nuevo, demostrando que es capaz de permitirnos a todos que construyamos nuestras vidas. En el fondo, tenemos un deber de esperanza. Y lo digo con toda sencillez en este debate nuestro, porque hay una especie de inseguridad que se ha instalado, que algunos han llamado «inseguridad cultural», y creo que con razón, porque nuestra sociedad está paralizada por fracturas y silencios que hemos dejado que se instalen. Nos gustaría creer que podemos resolver todos los problemas con decretos y con leyes.

Nuestra República logró algo extraordinario a finales del siglo XIX y principios del siglo XX y triunfó porque conquistó e instaló un orden republicano. Triunfó con la escuela, con sus servicios públicos, con la justicia, pero sobre todo triunfó porque consiguió que se amara a la República, porque la República ofrecía un futuro a miles de niños. Allí donde la República ya no ofrece futuro no podemos esperar que sus hijos la amen, lamentablemente. Con todo, el amor no se decreta; la esperanza no se legisla. Esas cosas se demuestran.

Así pues, el trabajo que hemos iniciado con tanto vigor —y quiero expresar aquí mi reconocimiento— es el que ahora debemos intensificar. Ello supone, en efecto, hacer que la República vuelva a entrar en lo concreto de nuestras vidas. Y esto necesitamos hacerlo con todos los funcionarios y con todos los cargos electos, con determinación. Sé que ustedes son sus combatientes. Pero hay algo que es muy duro y es ver cómo a veces se pierde mucho terreno y cómo todo lo que se ha hecho en estos últimos años, todo lo que hemos hecho juntos, no es suficientemente visible y tiene un lado ingrato. Pero quiero decirlo de nuevo con firmeza: las clases de desdoble para 300 000 alumnos son el resultado de una «República de lo concreto» para niños que van a poder aprender a leer, escribir, contar y recibir educación en los territorios con más dificultades. Es una realidad: reformas de la orientación y el refuerzo escolar, todo lo que hemos hecho a propósito del tiempo extraescolar, el programa «Devoirs faits», la operación «Quartiers d’été» este verano y lo que hemos llamado el «verano del aprendizaje cultural y deportivo».

Es una reconquista esencial, es algo concreto para esos niños a los que no hemos dejado en manos de asociaciones que desean el fin de la República. Este trabajo es esencial y seguiremos haciéndolo: apertura de 80 «cités» educativas, certificación de 530 centros France Services; en el sector cultural, ampliación de horarios de apertura de las bibliotecas en más de 600 municipios, creación, como aquí en Les Mureaux, de casi 100 «Micro-Folies»… Toda una serie de iniciativas de lucha, de terreno —si se me permite— que hemos llevado a cabo juntos en los últimos años para reconquistar terreno y decir: «la República debe volver». Y esto se plasma en todos los aspectos: cuando decidimos asignar 10 000 millones de euros adicionales a la ANRU [Agencia Nacional para la Renovación Urbana] para reconquistar, reabrir los barrios, volver a dar financiación a las asociaciones sobre el terreno, decidir, como hemos hecho este año, volver a otorgar fondos a la justicia para permitir que la justicia de proximidad esté presente en esos centros France Services y asignarle medios muy concretos para que la respuesta de nuestra justicia sea acorde con los medios que ponemos del lado de nuestra seguridad.

La República que vuelve y que recobra sentido se refleja en lo que hemos hecho en los barrios de reconquista republicana con la Police de Sécurité du Quotidien [policía para la seguridad cotidiana]; lo que el ministro está desplegando, una vez más, para redoblar esfuerzos; lo que hacemos cuando luchamos contra las desigualdades entre hombres y mujeres sobre el terreno, dando más medios a las asociaciones, pero permitiendo también que la República vuelva con medios y estructuras. Esta es la política que estamos llevando a cabo. Todo esto se viene implantando desde hace tres años con firmeza y determinación y gracias a las numerosas propuestas presentadas por los ministros y que también han sido apoyadas por Jean-Louis BORLOO, cuyo trabajo, implicación e ideas quiero agradecer. Y al ver el informe que se nos remitió, constato que las tres cuartas partes han sido llevadas a la práctica. Podemos felicitarnos por ello y creo que toda esa energía es lo que necesitamos.

Así pues, lo que hoy tenemos que hacer es ir más allá. Lo haremos con las clases de desdoble, que actualmente se han ampliado a los alumnos de «grande section» [5-6 años]. Se crearán 40 «cités» educativas más, 300 centros France Services adicionales abrirán en las semanas venideras, se realizará una inversión suplementaria en la ANRU. En seguridad y justicia habrá nuevas inversiones en aspectos concretos, con magistrados sobre el terreno, secretarios judiciales, jueces y a veces también voluntarios que ayudarán en tareas de proximidad, tal como usted lo ha descrito, señor alcalde, también con policías, gendarmes sobre el terreno y recursos adicionales.

Nuestro horizonte es claro: garantizar una presencia republicana al pie de cada bloque de viviendas y de cada edificio. Allí donde habíamos retrocedido, es preciso volver. Allí donde la respuesta de la República dejó de ser inteligible, porque tardábamos meses y meses en dar respuesta a las infracciones, debemos recuperar el sentido entre todos, permitiendo que nuestra justicia encuentre los medios para responder rápido y de manera adaptada, como lo ha venido haciendo, para que todo vuelva a tener sentido, a la vez para la víctima, para el alborotador y para nuestras fuerzas de seguridad.

En el fondo, todos amamos a la República cuando cumple sus promesas de emancipación. Todo lo que acabo de describir es lo que garantiza esa promesa de emancipación. La República representa al mismo tiempo un orden y una promesa. Por lo tanto, lo que tenemos que hacer con mucha firmeza es ir más allá en este camino.

He empezado a identificar algunas líneas de actuación para la igualdad de oportunidades y vamos a aplicarlas en esta materia, así como en la lucha contra la discriminación, en materia de empleo y vivienda con los nuevos «testings» que hemos acordado realizar, en la sistematización de los «Quartiers d’été» que mencionaba antes y que vamos a consolidar… Y para posibilitar que todo el mundo, independientemente de su color de piel, de su origen o de su religión, pueda encontrar su lugar. Ni el racismo ni el antisemitismo son compatibles con la República. Por ello, también debemos, en el marco de esta estrategia, tener la ambición de ir mucho más allá de lo que hemos empezado a hacer. A lo largo del otoño, presentaré nuevas decisiones en la materia, que los prefectos traspondrán en cada departamento con la participación de todos los cargos electos, unas decisiones que serán profundas y elementales.

En materia de vivienda, debemos, de una vez por todas, cambiar radicalmente nuestros textos. No podemos seguir añadiendo pobreza a la pobreza. Mientras no paremos esto, seguiremos con las mismas dificultades educativas y de formación y con los problemas que he mencionado. Este texto debe traer una reforma profunda de nuestra organización en materia de vivienda, en particular, de vivienda social. Igualmente, debemos sostener, asumir la parte de la reactivación económica que irá a estos barrios de la República. En este plan de reactivación debe haber una parte que permita la emancipación cultural, económica y ecológica de nuestros barrios.

Dejemos de tratar a parte de nuestros jóvenes o de nuestros ciudadanos como consumibles o, básicamente, como meros receptores de políticas públicas. Ellos quieren actuar, quieren la excelencia, quieren que se les dé la oportunidad de prosperar. Por tanto, en el plan «France Relance» debe haber y habrá —de hecho, tendré ocasión de presentarlos en las semanas venideras— cambios profundos para permitir que en nuestros barrios, en los más desfavorecidos, se lleven a cabo los proyectos educativos, culturales y de emprendimiento deseados y se lleve adelante la transición digital y también medioambiental. Nuevamente aquí, deben operarse estas transiciones. Una vez más, debemos contribuir a que todo esto se consiga.

Señoras y señores, como habrán entendido con estos cinco ejes que he descrito esta mañana, estamos ante toda una estrategia de movilización de la nación para un despertar republicano. Soy consciente de que quizás he decepcionado a los que contaban con que hubiera caricaturas en un sentido u otro. Lo asumo y seguiré asumiéndolo.

Este despertar republicano no puede ser cosa de unos pocos: no administramos conciencias, gobernamos un país y hacemos partícipes a los ciudadanos. Este despertar es el de responsables políticos como nosotros, el de los prefectos, los policías, los gendarmes, los profesores, los funcionarios, los cargos electos, las asociaciones, los magistrados… Es el de todas aquellas y aquellos que, día a día, deben mantener viva esta promesa. No han esperado a que hablara para hacer las constataciones que he mencionado, pero hoy queremos darles medios para hacer cosas, proporcionarles un marco clarificado y también recursos para poder actuar en consecuencia.

Este despertar es el de todos los ciudadanos, es el despertar de una Francia unida en torno a sus valores. Cuanto más intenten oponernos nuestros enemigos, más unidos estaremos. Cuanto más traten de destruirnos, más uniremos nuestras fuerzas. Cuanto más busquen hacer tambalear nuestros valores, más intransigentes seremos. Intransigentes, porque esa es nuestra historia, pero intransigentes también, porque esa intransigencia se corresponde con la benevolencia republicana a la que me he referido. Y lo digo con gran convicción: detrás de esta cuestión existencial para nuestra nación, tenemos en el fondo que reaprender los motivos que tenemos para vivir juntos.

Cada día, cada día, unos y otros buscan exhibir una buena causa para dividirnos. No somos una sociedad de individuos, somos una nación de ciudadanos y eso lo cambia todo. Aprendemos a ser ciudadanos, nos hacemos ciudadanos y eso conlleva derechos y deberes. Pero no voy a ceder en nada ante aquellos que quieren dividirnos en un sentido o en otro, porque creo que nuestro más hermoso tesoro es este bloque que formamos, que es uno y plural, no lo olvidemos nunca. Ahí reside la fortaleza de nuestra República. Plural no significa que seamos un conglomerado de comunidades, sino que somos una comunidad nacional. Pero esta comunidad nacional tiene 66 millones de historias y algo que es más grande que cada individuo, que hace que el individuo sea ciudadano: su adhesión a la universalidad republicana. Es eso lo que debemos defender.

El Gobierno asumirá sus responsabilidades para terminar el trabajo con este texto legislativo. Estoy convencido de que aquellas y aquellos que sirven al Estado así lo harán. Estoy convencido de que nuestros representantes estarán a la altura y que todos los ciudadanos tomarán parte activa en todo ello.

¡Viva la República y viva Francia!