El G20 no puede dejar que la economía mundial se convierta en un rehén de Rusia - Tribuna de Catherine Colonna en el Jakarta Post (8 de julio de 2022)

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El G20 está en una encrucijada. Uno de sus miembros, Rusia, ha violado de manera flagrante los valores fundamentales que sustentan el sistema multilateral construido tras la Segunda Guerra Mundial.

El espíritu de cooperación entre los miembros del G20 se basa en una idea sencilla: siempre podemos resolver nuestras diferencias mediante la cooperación y el diálogo, o incluso mediante la competencia, pero no con el uso de la fuerza.
El G20 se creó en 2008, no en el siglo XIX. No pertenece a aquellos tiempos antiguos en los que la razón del más fuerte dictaba su ley, en los que las potencias podían defender sus intereses conquistando nuevos territorios por la fuerza y negando a sus vecinos el derecho a existir. El G20 está firmemente comprometido con el derecho internacional y la integridad territorial, la defensa de la paz, la protección de los derechos humanos y la preservación de la seguridad y del Estado de derecho.

Para la mayoría de los miembros del G20, Rusia perdió toda legitimidad como miembro de este grupo cuando su presidente Vladimir Putin tomó la decisión de violar las fronteras de Ucrania. Y esto no cambiará mientras continúe con sus ataques deliberados contra un Estado soberano y su población civil: el comportamiento del ejército ruso nos retrotrae a uno de los periodos más sombríos de la historia, el de las violaciones, las ejecuciones sumarias y otros crímenes de guerra.
El G20 no puede apartar la mirada de la guerra en Ucrania por otra razón clave: está teniendo implicaciones sobre la economía mundial que nos afectan a todos y, si no actuamos, podría acarrear una recesión mundial y un gran retroceso en nuestros esfuerzos de lucha contra la pobreza.

Los jefes de Estado y de gobierno del G20 se reunieron en 2008 porque el colapso de los mercados financieros hizo necesario coordinar las respuestas. Diez años más tarde, la pandemia de COVID-19 demostró a las principales economías del mundo no solo que la necesidad de cooperar en la lucha contra el virus era real (nadie estará protegido mientras no lo esté todo el mundo) sino también que debían modernizar su estrategia macroeconómica para garantizar la resiliencia y la seguridad de sus cadenas de valor.

En los últimos veinte años, los Estados vieron claramente que debían reforzar urgentemente su cooperación para hacer frente a las insuficiencias del mercado. La economía mundial está cada vez más expuesta a las perturbaciones, especialmente las derivadas del riesgo climático, y el G20 debe hacerles frente para que la mundialización siga siendo sostenible.

La guerra de agresión contra Ucrania es una nueva sacudida para la economía mundial. Todos los indicadores están en rojo. Desde el 24 de febrero, el precio de las materias primas se ha disparado, amenazando a millones de personas con el hambre, la inflación crece en todas partes y las condiciones de financiación se han endurecido, lo que supone una carga desproporcionada para las economías en desarrollo. Rusia tiene la responsabilidad exclusiva de todo ello.

Las repercusiones mundiales de la guerra en Ucrania han supuesto un cambio de paradigma que plantea un desafío sin precedentes al que debe hacer frente el G20, ya que el presidente Putin ha decidido convertir en arma el acceso a los alimentos y la energía, en niveles nunca vistos.

Rusia está usando como rehén a la población mundial al bloquear la exportación de cereal ucraniano. No solo roba cereales en los territorios ucranianos ocupados y destruye voluntariamente las infraestructuras agrícolas, sino que se ha lanzado a una «diplomacia del trigo» que podría desestabilizar a los países vulnerables con su estrategia económica coercitiva que ignora los costes humanos.

Lo mismo ocurre con la exportación de energía: Rusia ha optado por crear una escasez artificial de suministros para provocar una subida de precios y que el presidente Putin pueda alimentar su botín de guerra.

El G20 no puede permanecer en silencio. Debe actuar con rapidez. Ninguna de las economías del G20 tiene interés en tolerar que Rusia se apropie de las cadenas de valor mundiales.

En primer lugar, el G20 no puede seguir adelante como si no hubiera pasado nada. No se trata de crear divisiones, sino de preservar el sistema multilateral y la economía mundial frente a la estrategia unilateral de Rusia. El G20 debe exhortar a Rusia a poner fin al conflicto y a retirar sus tropas de forma inmediata.

Se trata simplemente de respetar el derecho internacional, como ha recordado la Corte Internacional de Justicia.

En segundo lugar, el G20 debe luchar contra la desinformación y basar su respuesta en evaluaciones objetivas y verificadas de la situación, y no en la propaganda. Por ejemplo, no son los países europeos, ni otros países, los que han saqueado de forma despiadada el granero del mundo con sus sanciones, que no afectan ni a los productos alimentarios ni a los insumos agrícolas, sino Rusia, con sus ataques múltiples y deliberados contra infraestructuras agrícolas, como silos de grano, y con su bloqueo de los puertos ucranianos en el mar Negro.

En tercer lugar, el mundo necesita que el G20 aborde los fallos del mercado derivados de las tensiones e incertidumbres provocadas por la guerra de Rusia. El G20 debe adoptar comportamientos responsables y transparentes, acordes con los compromisos asumidos en el marco de la OMC, y en particular abstenerse de levantar barreras innecesarias al comercio y luchar contra los comportamientos especulativos: no podemos admitir los botines de guerra.

La OPEP+ tiene un papel clave en este sentido para preservar la estabilidad y la transparencia del mercado de la energía.

En cuarto lugar, el G20 debe mostrarse realmente solidario. Habida cuenta del endurecimiento de las condiciones de financiación, el G20 debe seguir reforzando el apoyo financiero a los países más vulnerables que no deben pagar el precio de una guerra injusta.

Seamos claros: lo que está en juego hoy es la credibilidad del G20. En este momento histórico, tenemos plena confianza en el liderazgo de Indonesia, una de las mayores democracias del mundo. Indonesia puede contar con Francia y sus socios para que la cumbre de Bali sea un hito decisivo en favor de la paz, la estabilidad y el restablecimiento de la confianza en la cooperación mundial.